De Víctor Turcan

Córdoba (Argentina), 28 de febrero de 1898

Monsieur Emile Zola

Vaillant défenseur de la justice et du droit. Je me fais un honneur de vous témoigner toute mon admiration pour le courage que vous avez démontrer à la défense d’un martyr.

Par son verdict, la cour d’assise vous éleve au dessus de la célébrité; vous êtes deux fois immortel, le monde entier vous admire; il n’y a que les jésuites et les pauvre d’esprit qui ne sont pas de cette opinion. Les principaux journaux de la Republique Argentina sont unanimes pour condammner vos juges. Je vous envoye certains articles[1] principalement de mon ami Caseras. Tous ces articles vous prouveront qu’en ce Pays on aime bien la France[2] comme on aime Emile Zola le Grand Français[3].

Recevez avec mon admiration, mes voeux les plus sincères pour le prochain triomphe de votre bonne cause. Tout à vous.

Turcan Victor. G. 3.

Calle Sn. Gerónimo 124 Córdoba

República Argentina


[1]  “El proceso a Zola” (La Nación, Buenos Aires, 24 de febrero de 1898):

“El fallo de la ley, infalible y sacrosanto a pesar de todas las irregularidades, cuando se trata de condenar a Dreyfus, acomodaticio y hasta ciego para absolver a un Esterhazy que reconoció como suyas media docena de cartas en que hace escarnio del ejército francés, ha condenado a Emilio Zola a un año de prisión y tres mil francos de multa.

Oportuno es recordar que esa misma justicia ha sido la que dejó escapar impunes a los ladrones gordos del Panamá y luego quiso ensañarse con los chicos, lo que originó la absolución total de todos estos últimos.

¿Qué hará la corte de casación cuando pase a su conocimiento este fallo adoptado después de sellar los labios de todos los testigos que iban a hacer luz, invocándose para ello la cosa juzgada?

¿Aprobará la sentencia o anulará todo lo obrado? Difícil es presumirlo, bien que la magistratura francesa parezca empeñada en que los fallos de la justicia coincidan exactamente con la voluntad del gobierno.

Sea de ello lo que fuere, y dando desde luego por sentado que la condena de Zola sea confirmada, el asunto Dreyfus no habrá muerto por esto, pues se trata de una de esas causas que no fatigan la atención pública porque la exacerban y no habrá paz hasta que el misterio que encierra sea descubierto.

Las agitadas sesiones de la corte de Assises han contribuido poderosamente a informar la opinión, y ahora ya no es un grupo numeroso sino gran parte de la opinión la que está al cabo de que la condena de Dreyfus sólo se funda en un supuesto documento secreto, en cuya existencia hay que creer como en un artículo de fe.

Las interpelaciones parlamentarias comenzarán hoy mismo, y esta vez es probable que las cámaras no se den por satisfechas con simples declaraciones declamatorias, en las que se invocan cosas tan grandes como la patria y el honor militar, pero exentas por completo de valor probatorio.

Y si las cámaras se dan por satisfechas, tampoco habrá muerto ni caerá por eso en olvido el proceso Dreyfus.

Hay en él un misterio que afecta la base más sólida de la solidaridad social, y las conciencias sanas no podrán nunca recordarle sin sentir el deseo vehemente de que se levante esta nueva máscara de hierro, para ver si ella encubre o no la frente de un traidor.

El empeño tenaz del estado mayor y del gobierno francés de que el misterio permanezca inviolable, no esquivando para ello el cometer ante el mundo notorias iniquidades, fundan la sospecha cada vez más vehemente, de que Dreyfus es inocente.

Si así no fuera ¿por qué se persistiría en mantener situación tan agitada y angustiosa? El pretexto de que la revelación del secreto importaría comprometer la paz exterior, es una majadería inverosímil. Bastaría tachar en el famoso documento el nombre del país con que hubiera sido hecho el tráfico infame, para obviar la dificultad y poner término a un proceso que amenaza no acabar nunca y ponerlo todo en peligro.

En efecto, el proceso Dreyfus no se reduce al hecho de saber si un hombre ha sido condenado injustamente o no. El caso es ya mucho más grave. Se trata de poner en claro si todas las ramas representativas de una sociedad están confabuladas para mantener una iniquidad cuya revelación pondría en peligro su existencia.

Ese es el rumbo por donde marcha hoy la opinión y si no se la satisface más que con palabras mientras que pide hambrientamente un hecho, muy de temer es que como la esfinge antigua, aquella devore a los que no aciertan o no quieren acertar a responderle.”

[2]  “El proceso contra Zola. La condena esperada. ¡Pobre Francia!” (La Libertad, Año VIII, núm. 2.186, Córdoba, Jueves 24 de Febrero de 1898):

“Cuando el jefe del Estado Mayor del Ejército se presenta en la Corte y dice que si los jurados no dan su veredicto como él lo desea, el jefe del ejército presentará su dimisión, ¡ya no se puede hablar de un gobierno republicano en Francia!” (La Westminster Gasette)

El síntoma es alarmante para la Francia. Más que decadencia revela agonía republicana, porque donde la justicia deja de llenar sus fines y se convierte en un elemento político, los ciudadanos quedan expuestos a la férula caprichosa del poder autoritario.

El proceso contra Emilio Zola que acaba de terminar en París con la condena de este ciudadano, es un borrón para las instituciones de la gran república europea que a tan alto nivel se levantaron con ocasión del proceso de Panamá. Zola acusó y cuando llegó el momento de exhibir ante la corte de Assises las pruebas para confirmas sus acusaciones, los jueces negaron a Zola ese derecho haciendo causa común con el populacho que gritaba por las calles de Paris ¡Conspuez Zola!

Y cuando el abogado Labori ante las restricciones del tribunal pregunta qué es lo que van a hacer, entonces si se les niega el derecho de exhibir la prueba, el presidente Delegorgue contesta con una ingenuidad que asombra:

Ce n’est pas mon affaire!

Es decir, los jueces no estaban allí para hacer justicia sino para dictar una condena de antemano acordada.

Después de esto no cabía duda acerca del resultado de eso que se ha llamado “proceso Zola” y que constituirá una de las páginas más tristes de la historia de la Francia.

Basta conocer el procedimiento empleado por la Corte para condenarlo desde luego y para ver en los jueces que la forman no el espíritu recto y sereno de la justicia sino el ofuscamiento que producen las pasiones y las intemperancias. Parodiando a un escritor español podría decirse que en todo esto la Francia ha sido “actor, testigo y víctima”, porque en realidad no es Zola la víctima, el condenado a prisión; es la Francia, que ha rebajado su justicia a un nivel inferior, exhibiéndola cmo una amenaza contra los que a ella acudan.

Después de todo lo que ha ocurrido, condenado Zola, ¿quién puede decir que el ex-capitán Dreyfus sea culpable? “Juro ante el mundo que Dreyfus es inocente” ha dicho Zola ante el jurado; y aunque el mismo Zola haya caído envuelto en una confabulación sin nombre, su juramento queda vibrante en todo el mundo y encuentra cabida en las conciencias.

Los símbolos de la justicia han rodado en pedazos en Francia y esta nación, tan grande por su historia, es llamada a juicio a su vez ante el tribunal severo de la razón universal. Y ante ese tribunal la Francia ha declarado por boca de uno de sus altos magistrados, que no entiende de justicia: Ce n’est pas mon affaire!

No es precisamente una defensa de Zola la que hacemos, porque después de todo lo que ha pasado, desde su primera ruidosa carta hasta su condena, no necesita defensa. Su defensa está en los procedimientos seguidos para condenarlo. Es una protesta la que formulamos severamente contra las inconsciencias de los magistrados franceses, que condenan a ciegas, sin forma de juicio; que prescinden de las fórmulas rudimentarias del derecho; que coartan la defensa, restringiéndola a voluntad y a capricho; que mandan encerrar en las cárceles a los que en nombre de la humanidad y de la justicia levantan su voz en favor de los inocentes y ponen al servicio de su causa su inteligencia y su tranquilidad. Contra esto protestamos, contra esto que ha hecho exclamar a un notable estadista inglés las desconsoladores frases que hemos puesto a la cabeza de este suelto.

La corte de Assises de Francia ha condenado a Zola; pero por encima del fallo de ese tribunal al que no queremos aplicarle el duro calificativo que merece, está el fallo de la razón universal que absuelve a la víctima de los extravíos jurídicos.

Si algún mal deseáramos para Francia, si quisiéramos aumentar el que a sí mismo se ha hecho, le diríamos que cumpla sin consideraciones la sentencia, que encierre a Zola en la cárcel y lo mantenga allí el tiempo determinado por el jurado, que corone en fin la obra con un epílogo digno del prólogo. Así la República francesa se abrogaría la triste fama de un precedente sin nombre en los fastos judiciales del mundo entero.

¡Conspuez Zola!

¡Pobre Francia!”

[3] 

“¡Conspuez Zola! ¡Pobre Francia!” (La Patria de Córdoba, 25 de febrero de 1898)

“Anteayer, al recibir la noticia de que el tribunal reunido para juzgar a Emilio Zola había condenado al gran escritor por el delito de calumnia, no pudimos menos que exclamar: ¡Pobre Francia!

En efecto, esa condena, esa sentencia inicua que va contra toda la razón y toda la justicia humana, demuestra de un modo palpable que el organismo de la República Francesa está corroído por una fuerte descomposición, pudiéndose aplicar en este caso perfectamente la célebre frase: “hay algo podrido en Dinamarca”.

Un hombre noble, lleno de méritos y títulos, digno de toda la consideración de sus conciudadanos, gozando de simpatías y de fama excelente hasta en los más apartados rincones del mundo civilizado, hace a un lado todo esto, y no pensando más que en la justicia, se levanta y pide en voz alta que se revea un proceso que él considera inicuo, y que se juzgue de nuevo —pero de un modo amplio, a la luz del mundo, y no con los obscuros manejos de la maldita razón de estado— a aquél que un tribunal hostil declaró traidor a la patria.

Y el que así procede, el que da tan noble ejemplo de desprendimiento y de abnegación, en vez de ser considerado y aplaudido, es llevando ante un tribunal, compuesto exclusivamente de elementos hostiles, y después de un proceso ridículo, en que se llenó de improperios al acusado, éste es condenado ignominiosamente como calumniador y conducido a la cárcel como el más vulgar criminal.

Y no contentos con esto todavía, se ha visto a las turbas de París amontonarse para ir a insultar a Zola, al que han llenado de improperios, injuriándolo de todos modos y en todos los tonos, llegando hasta poner en peligro su vida.

Y en todas las ciudades de Francia se han producido espectáculos igualmente bochornosos, asaltando las casas de los judíos, las que han sido destrozadas e incendiadas, a los gritos de ¡abajo la cochina judería!

Y esto sucede en pleno fin de siglo XIX, de este siglo llamado de las luces y del progreso.

Y esto se produce en la Francia, en París, en ese pueblo noble y grande, en esa nación poderosa y progresista, en ese país que, por la potencia de su intelectualidad y por su civilización, ha sido en justicia llamado cerebro del mundo!

Y todo ¿por qué? Porque Zola quiere defender a un francés, a un hijo de la tierra, cuyo único crimen es pertenecer a una secta opuesta al cristianismo.

Por eso con razón puede exclamarse: ¡pobre Francia!

Será inocente Dreyfus, será culpable del delito que se le imputa; no lo sabemos, ni es éste el caso de averiguarlo, pero sí sabemos, y esto reside en la conciencia de todos, que en Francia se está cometiendo la más negra e infame de las injusticias, y que al amparo de la maleable razón de Estado, las leyes son puestas de lado o interpretadas torcidamente.”