De Cándido Patiño
Caibarien (Cuba), 23 de mayo de 1890.
Sr. D. Emilio Zola
Muy Sr. mío y de mi mayor consideración: Como ferviente admirador de sus obras, las que siempre he leído con interés, desearía se sirviese Ud. decirme cuales son las novelas a que llama Ud. Los Rougon Macquart. Yo tengo en mi biblioteca todas las que Ud. ha publicado, mejor dicho, todas las que se han traducido al castellano. Este favor espero que Ud. me lo haga cuando tenga un rato desocupado.
Le acompaño un recorte de La Discusión, periódico que se publica en la Habana, que ha visto la luz pública el día 21 del corriente, porque en él juega Ud. un papel importante. La lectura de La Bestia Humana ha servido a un médico para descubrir un crimen[1].
También desearía poseer una fotografía de Ud., pues aunque he visto su retrato en varios periódico, siempre los he visto diferentes. Últimamente he visto un grabado en la Ilustración Española y Americana que se publica en Madrid en el que aparece Ud. montado en un tren de ferrocarril. Allí está Ud. esbelto y elegante (perdóneme estos atrevimientos) pero si tal lo han encontrado las gentes por aquí y la misma prensa periódica ¿qué mal hay en que este oscuro lector suyo se lo repita?
Si Ud. tiene la bondad de contestarme sírvase decirme la calle y número de la casa donde Ud. vive, pues esta carta va sin dirección, confiado en que los carteros todos de París le conocerán a Ud.
Dispénseme la libertad que me he tomado y me ofrezco de Ud.
affmo. amigo y S. S.
q. b. s. m.
[Isla de Cuba
Cándido Patiño
Caibarien]
[1] “El crimen de Marianao. Una envenenadora”:
“Casi a La Bestia Humana de Zola, se debe el descubrimiento de ayer en Marianao, de un crimen de asesinato lento que venía cometiendo una mujer, y la revelación de otro consumado.
Asistía un médico una enferma en Marianao y notaba una sorprendente tenacidad, en los vómitos y diarreas que la afligían. Alumbrole sospechas la lectura del pasaje de la obra de Zola, en el cual a veneno lento acababa un marido con su mujer.
Se fue a ver a la enferma, la interrogó y su sospecha tomó cuerpo. Indagando supo que anteriormente y con los mismo fenómenos había muerto en la casa, una mujer.
Examinó la medicina, y encontró una cantidad de arsénico que no había recetado.
De sus averiguaciones, resultó que una sobrina de la enferma, había puesto en una muñeca de agitar líquidos gran cantidad de arsénico; con ella revolvía las medicinas, y así a presencia de las gentes podía envenenar los medicamentos sin que nadie sospechar pudiera la menor cosa.
Así, con ese negro y frío sistema llevó a la muerte, a la anterior víctima, y ahora hubiera conseguido realizar otro asesinato, si la oportuna sospecha del médica no provoca la indagación de la causa que llevaría al sepulcro a la incurable enferma.
El doctor Silveiro, que es el médico de quien se trata, dio inmediatamente parte, el domingo, al señor Juez de Marianao, que practicó las oportunas diligencias.” (La discusión, 21 de mayo de 1890)