De Nicolás Murga
San Sebastián (Guipúzcoa), 14 de enero de 1898
Mr. Émile Zola
Monsieur,
Je vous remets ici, un article sur l’affaire Dreyfus1, écrit en espagnol parce qu’il m’est difficile de l’avoir écrit en français.
Je vous prie de le lire et même de le faire publier si vous le croyez utile2, après le faire traduire.3
Je vous salue sincèrement,
Colección: Institut des Textes et Manuscrits Modernes (ITEM)-C.N.R.S. Centre d’études sur Zola et le Naturalisme.
1. A continuación reproducimos el artículo aludido, que podrá resumir la situación y el estado de ánimo en estos inicios de 1898:
“Dreyfus
En pleno siglo XIX, la republicana Francia, la que ostenta en su escudo las palabras «Liberté, Egalité et Fraternité», la que tantas batallas sostuviera para conquistar las modernas libertades, la igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley, la justicia y rectitud en los tribunales, la vista pública de los procesos, la que asaltó y derribó la siniestra Bastilla teatro de tantos crímenes políticos misteriosos, la que hizo una Revolución gloriosa contra la tiranía, para redimir los derechos del hombre, y garantizar su vida, hacienda y libertad, esa Francia llamada cerebro de Europa, nos ha dado en el asunto Dreyfus, un espectáculo que podría pasar en un imperio despótico y bárbaro, en China, Marruecos o Turquía, donde juzgan y decapitan reos políticos en secreto, y a puertas cerradas, pero que es deshonroso e intolerable en una nación que se titula libre y civilizada.
Se condena a Dreyfus por pruebas de documentos verdaderos o falsos, robados en una Embajada, y que ni siquiera los ve el defensor de Dreyfus. Esos documentos no aparecen ahora por ningún lado; la causa está en los archivos del Ministerio de la Guerra. Allí está la acusación anónima, la defensa, y la sentencia. ¿Pero dónde están las pruebas? ¿Por qué han desaparecido, y no se han hecho públicas? ¿Por razones de Estado? Ridícula y cobarde contestación. ¿Tienen acaso aquellos Ministros de la Guerra, Generales y oficiales una declaración de guerra por parte de Alemania? Valientes militares.
Mejor hubiesen hecho en temer la deshonra bochornosa y criminal que sobre sus uniformes y sobre todo el ejército francés lanzaban, al hacerse cómplices del miserable ladrón que robó o falsificó aquellos documentos. El honor y la caballerosidad de un oficial, no permiten asociarse a un criminal, ocultando su nombre que reclama la justicia y el Código Penal para castigar su delito. El que así obran tan criminal es, como el ladrón mismo, y en vez de ocultarlo y darle dinero en premio de su delito, el Ministro de la Guerra debió haberlo entregado a los tribunales.
En ningún país civilizado hubiese servido como evidencia, ningún documento adquirido por medios criminales, pues supongo que en Francia, el robo es un crimen como en todas las demás partes del mundo. Luego aquel Ministro y todo el Consejo de Guerra, debieran ser procesados criminalmente, como cómplices y ocultadores de un hecho criminal.
¿Y ese secreto en las deliberaciones de aquel Consejo, y del que acaba de juzgar a Esterhazy? ¿Ha vuelto Francia a los tiempos de la Inquisición de Felipe II, del león acusador anónimo de San Marcos de Venecia, o los de la impenetrable tumba de la maldecida Bastilla?
Es además absurdo suponer que sea tan fácil extraer documentos secretos de una Embajada, y volverlos a dejar en su sitio, pues todo el mundo supone que estarían bien guardados, y en lugar seguro, y que siendo todo el personal de la embajada alemana personas de la mayor confianza, y anti-franceses, no era cosa fácil sobornar a ninguno de ellos. Creo pues, firmemente que la real historia es una fábula, y que el miserable que llevó esos papeles al Ministro de la Guerra, los falsificó el mismo. ¿Por qué no se obliga al Ministro a declarar el nombre de aquel ladrón si robó, o falsificador si escribió los documentos el mismo?
Nosotros a lo menos, los Españoles, sin pasión alguna, y sin ser judíos, vemos ese asunto bajo este punto de vista, y sin prejuzgar para nada la inocencia o culpabilidad del Capitán Dreyfus, creemos que al juzgarlo y condenarlo se han hollado todas las garantías que las modernas Constituciones otorgan al más infeliz de todos los ciudadanos libres.
Protestamos pues contra esa nueva tiranía e Inquisición militar, disfrazada con la máscara de un falso patriotismo llamado «Secreto de Estado».”
2. A raíz de las manifestaciones en las calles y las llamadas a la violencia que pronunciaban los antisemitas de Jules Guérin, Zola escribe «Lettre à la France» el 7 de enero de 1898.
El 10 de enero comenzó un juicio contra Esterhazy. Mathieu tomó como abogado a Demange, y Lucie Dreyfus, esposa del capitán, a Labori. Sin embargo, las partes civiles fueron rehusadas, se decretó juicio a puerta cerrada, y los testigos Mathieu, Shcheurer y Picquart fueron abucheados por un público mayoritariamente militar. El 11 de enero Esterhazy fue declarado inocente.
El 13 de este mes, Scheurer-Kestner tiene que dejar la vicepresidencia del Senado; Picquart es arrestado y Zola publica, en el periódico L’Aurore, la «Lettre au président de la République» («J’accuse»). Félix Faure es por entonces ese presidente. Aquella misma tarde del 13 de enero se discutió en la cámara francesa la propuesta de emprender acciones legales contra Zola, así como contra el periódico L’Aurore. La propuesta fue aceptada por 312 votos a favor.
A raíz del «J’accuse» se recordó el origen italiano de Zola, y sus novelas consideradas pornográficas. La Société des Gens de Lettres comenzó a preparar su expulsión. No se trataba ya solamente de la inocencia de un hombre, era una lucha ideológica.
En España, el 2 de enero de 1898 Blasco Ibáñez había publicado, en El Pueblo, «El hombre aislado es el más fuerte».
Este mismo año aparecerían en Madrid dos ediciones de Un escándalo nacional en Francia. ¡Yo acuso!, y otra edición en Madrid por F. Fe al año siguiente.
3. Presentamos los textos originales en donde el símbolo [ ] indicará un dato o palabra propuesta o restituida, por incierta o por elementales cuestiones de ortografía; <…> indicará palabra o palabras ilegibles.