De Miguel V. Rosso
Buenos Aires (Argentina), 11 de febrero de 1898
Señor Emilio Zola
Distinguido Señor:
Un hombre generoso que pide la revisión de un proceso porque está convencido que en su patria un consejo de guerra ha condenado a un inocente, un hombre abnegado que acusa y se presenta la Corte de Assises; un hombre eminente que ocupa por momentos el banquillo del acusado y pide a alta voz que se le conceda el derecho de defenderse, ‹…›.
¿No merece que, todos aquellos que gozan de lucidez de su cerebro y que sienten la voz de la conciencia que grita en favor de Dreyfus, (y que ven, en el interés con que la honorable Corte de Assises quiere eludir en las audiencias, todo punto que se relaciona o pueda provocar y remover la condena y el proceso aludido, una intención cómplice y criminal) le diga: Señor Zola, proseguid que la opinión sensata universal os es favorable y aún cuando los jueces os prohíban hablar, no os retiréis sino después de haberlos confundido; decidles que no se dejen enceguecer por el amor y el fuego patrio, decidles pues: que el honor del ejército está intacto y lo será… pero, no comprenden vuestros ‹…› adversarios que, quien juzgó a Dreyfus fue un consejo de guerra y no el ejército, que este consejo de guerra, era compuesto de hombres y que estos hombres pueden haber errado como también pueden haber sido cómplices de un delito?
Emilio Zola, desde mi modesta esfera quiero llegar hasta vos, os felicito y os admiro.
S.S.S.
[Empresas Catalinas
Av. Rosales y Paraguay – B. Aires]