De Jacinto [Chacón]
Santiago de Chile (Chile), 5 de septiembre de 1896
Sr. Emilio Zola
Distinguido señor:
Perdone Vd. que, desde el último rincón de la América, un simple aficionado a las letras envíe a Vd. un literato de fama universal, un pequeño libro en el que se parangonan el Catolicismo de la Edad Media con el Catolicismo del Evangelio, practicado por los obispos americanos. Empero no es el mérito del libro mismo lo que me induce a remitírselo, sino la notable coincidencia de perseguir el mismo propósito que persigue el libro La Nueva Roma, este libro regenerador que Vd. supone escrito por su héroe el abate Pedro Froment.
En efecto, señor, parece que Vd. hubiese leído mi libro cuando plantea la cuestión del suyo en los siguientes términos:
«Allí (en la «Nueva Roma») se había planteado la cuestión decisiva: ¿podría el catolicismo renovarse, volver al espíritu del Cristianismo primitivo, ser la religión de la democracia, la fe que el mundo moderno sacudido, en peligro de muerte, aguarda para apaciguarse y vivir?»
Y todavía la coincidencia va más lejos cuando Vd. dice:
«Un obispo, un sacerdote iba a levantarse ¿dónde? ¿quién lo hubiera podido decirlo? Quizás allí en aquella América tan libre, entre aquellos sacerdotes cuyas necesidades de lucha por la vida han hecho de ellos socialistas ardientes, convencidos, demócratas ardientes, prontos a marchar con el siglo próximo. Y mientras que Roma no podrá ceder nada de su pasado, de los misterios y de los dogmas, ese sacerdote abandonará todo cuanto de esas cosas se esté cayendo en polvo por su propio peso.»
Pues bien, señor, por mi parte, yo he dicho en ese mismo sentido lo siguiente:
«Más tarde, de la Iglesia del norte de la América, se hacen oír voces que rechazan la intransigencia ultramontana, y preparan la reacción moral, voces de justicia y de libertad que lejos de condenar y cerrar el paso al progreso moderno, lo alentase y estimulase, y que, lejos de hostilizar a la ciencia y al espíritu del siglo, los aplauden y hacen justicia. Estas voces son de obispos americanos tan eminentes por su ciencia y espíritu evangélico como el cardenal Gibbouz, Arzobispo de Baltimore y monseñor Ireland, Arzobispo de San Pablo.»(página 53).
Al terminar, permítame felicitar al poderoso zapador de la Edad Media que, por medio de esos ‹…› que se llaman Lourdes y Roma, destruye la sociedad medieval y prepara la regeneración de los pueblos latinos, a quienes es preciso descatolizar para evitar su decadencia.
Sin más, tengo el gusto de ofrecerme de Vd. A.S.S.Q.B.S.M.
[Delicias, 287 A]