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París es una de esas ciudades que se te ofrecen idénticas cuando vuelves al cabo de cuatro meses o de treinta años; quizá una librería ha cerrado, una tiendecita de ropa étnica se ha traspasado y los looks que ahora exhibe la vitrina ya no van ni con tu ingenuidad ni con esos kilos que se han pegado a tus huesos y arrastras según amanezca el día. Y París es una de esas ciudades de lo efímero; la pasante del poema no era un decir por decir, por escribir… Ayer conocí a Hugo. Sólo una vez. Suficiente para acordarme de él siempre que el corazón me lo pida.

Había quedado con María en una plaza, delante de una tienda como punto de referencia. Como me avisó de su retraso, entré y di la vuelta a todas las secciones igual que quien mata el tiempo, sin buscar nada. Cuando volví a la entrada, una mujer rubia, muy alta y guapa estaba probándose un abrigo. La dependienta, muy pendiente e interesada en ella, le explicaba cómo le quedaba el azul marino. La mujer miraba sólo al frente, no buscaba espejo, se fiaba de la chica. Pasé junta a ellas y Hugo apareció, me miró, me detuve y le miré; quise pasar de largo, pero la tentación irresistible me llevó a acariciarle la frente negra y bajé la yema de los dedos hasta sus ojos marrones. Y ya no me dejó ir. Agachada, me besaba y lamía la cara, ponía su pata en mi rodilla, se incorporó para empujarme al suelo, quería que allí me tirara a jugar con él, y de nuevo más besos y más caricias. Era una ocasión para los dos.

Miré a la dueña, que estaba probándose el mismo abrigo, ahora en beige; siempre sin mirarse al espejo, a merced de cómo la viera la dependienta. Hugo era su perro guía. Ni él ni yo nos cansábamos de  jugar. Luego llegó María, el corro del espectáculo se amplió a más mujeres que entraban. La mujer grande y rubia, sonriendo, sin casi girar la cabeza, celebró la alegría de su perro.

Había que irse. Desde la puerta le dije adiós con la mano; se quedó mirándome, la cabeza inclinada hacia un lado, interrogando como lo hace Omar, muy quieto desde los ojos hasta el rabo. Fue un encuentro efímero que mi memoria recuperará siempre que pase por esa esquina de Montparnasse.