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Compulsivamente, cruzaba cada mañana la puerta noroeste del parque. Me dirigía al borde de la explanada de césped todavía azulón y contemplaba la niebla retirarse del proscenio dejando a tres árboles negros acercarse a mí bostezando. Tomé ese día, a la derecha, el camino que sube hacia el rosedal helado; la escarcha crujía bajo nuestros pies y en el cementerio de la rosa sólo quedaban, en un rectángulo de difuntos colores, tres amoureux de Peynet cuajados de heroica belleza. Sujeté a Omar para que no entrara en tanto humus sagrado.
Estaba dispuesta a ver ese árbol. Imaginé que preguntando lo encontraría. Ya al final de la cuesta, donde se rellana el monte, Omar se puso a olisquear, a remover la humedad y las hojas secas frente al cedro del Líbano que pega a la valla. Pasaba entonces un hombre de paso decidido, sin aire de paseante, pero paró de repente para acariciar a Omar. Le pregunté por el Parasol Chino, y me respondió que no sabía de eso, y que me llevaba viendo ya varias mañanas por allí. En el par de frases reconocí el acento español y con algún torpe rodeo le pregunté sobre su procedencia. Era español y llegó a París en el sesenta.
Vengo todos los días, debo pasear por prescripción médica, vivo en Général Leclerc, vinimos cuando se fueron los italianos, luego llegaron los marroquíes, trabajamos en los cimientos de la torre Montparnasse, pues yo soy Genaro. Quise preguntarle si le conocía, quizá había visto alguna vez a Antonio, pero fui incapaz de articular lo íntimo. Fue tanto lo que me comunicó en tan poco tiempo que quedé presa del instante y sólo me salieron monosílabos en los que pudiera apoyar el resumen de su vida.
Seguí entrando en el parque aún vacío todas las mañanas. Dos días antes de terminar mi estancia, con otro y mismo cielo gris, salí de Montsouris por la misma puerta. Cuando Omar y yo íbamos a echar el pie sobre el paso de cebra, me encontré con su cara. Adiós, María. Como si en el camino de Cuadros nos encontráramos. Adiós, Genaro. Y a mitad del asfalto: Adiós, Encarna.
Tenias que haber le preguntado
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Muy bueno, le tenias que haber preguntado por Antonio
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Muy bonito, Encarna. Un beso.
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Emotiva evocación de esos paseos invernales en París en dónde siempre encuentras al amigo del alma que se desvela frente a tu poderoso atractivo. A través de tu escritura, sabes comunicar al lector las emociones que te embsrgan. Delicioso texto.
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