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Mi querida Ximena, sé que estás postrada a los pies de la cama de tu novio en el hospital Salpêtrière. Pienso continuamente en ti, en él, en lo que habéis debido sufrir hasta que los médicos le extrajeran la bala que se incrustó en su hígado. Confía en los médicos. Confía en todos los que te queremos y en los millones de personas que estos días se recogen con vosotros en el dolor.

No te he dicho nunca que cuando cenamos las cuatro, esa noche en Montparnasse, me impresionó tu  preciosa dulzura. Y cuando, días después, vimos juntas el partido Colombia-Brasil del mundial de fútbol en aquella sala, agradecí que me hicierais sentir tan bien y tan joven en medio de todos vosotros. Espero verte muy pronto, y esta vez no nos daremos un beso cariñoso de mujeres que tenían ganas de conocerse; será un abrazo muy apretado  de hermanas que se funden.

Estoy pendiente del otro amigo, como vosotras; atiendo a las noticias, busco en internet, espero en las redes sociales, como vosotras. Sé que los dos fueron a pasar el fin de semana con tu novio y que decidieron asistir al concierto. He leído la desesperación de su madre. No te imaginas, querida Ximena, cómo estamos todos pendientes de vuestro dolor. El pequeño grupo que formamos aquellos días del año pasado, imagínalo multiplicado por millones dispuestos a consolaros y preparados para que podáis seguir reuniéndoos los jóvenes a escuchar música, a conoceros entre vosotros, a reír. Marchons, querida Ximena, con dolor, pero marchons.