Conforme se sale de Jódar, tomando la carretera hacia Bélmez de la Moraleda —el mismo camino real que tomara el santo Juan de la Cruz para ir a Granada— se llega a la partición y al desvío hasta Bedmar. Desde ese punto se puede admirar quizá la vista más hermosa de los olivares de Jaén; ondulaciones del verde más espeso, variaciones infinitas de una misma densa sombra negro-oliva, un valle abierto reverberando el añil rocoso de Sierra Mágina, un valle gigante erigiéndose en susurro de todos los valles, una granada azul abierta y gloriosa.
Cuando la señora Chetwode pasó por allí era un veintinueve de noviembre de 1962. Sus pasos a lomo de la yegua “Marquesa” la traían de Jódar, donde había aparecido tras perderse, en su intento de aventurera con una tarde casi de noche oscura, al cruzar el valle del Guadalquivir desde Úbeda con intención de ir directamente hasta el que ella señala como “pequeño pueblo de montaña llamado Bedmar”. Tras dos días entre los galdurienses, preparó sus alforjas para dirigirse a Huelma, pero el párroco le insistió en que no dejara de pasar por el santuario de la Virgen de Cuadros.
Penélope Chetwode había venido a estas tierras buscando el paisaje de Juan de la Cruz. Se adentró, bajo cielos negros y nubes de plata, por estrechos carriles entre olivos hasta llegar al camino de Cuadros. Aquella inglesa, hija de barón, que de jovencita ya había estado en el Himalaya, se encontró con otro valle, el del río Cuadros. Amante de las veredas serpenteantes, de los barrancos y el torrente de la montaña, por ese camino que corre paralelo al río, la mujer “de mediana edad” cuenta que su alma se limpió con el silencio sanador de la ruta. Quienes somos de por allí conocemos bien lo que sintió, a pesar de que no tengamos como referencia otras montañas más altas ni otras experiencias más abruptas con las que comparar. Sí que limpian el espíritu los cuatro kilómetros hasta llegar al molino que describe como “de cuento de hadas de Grimm”. La pendiente acompaña a la ida, el paso se aligera y ayuda a llegar; el Aznaitín siempre a la derecha hasta que entras en llano y los árboles que se agrupan te anuncian el edén. No hay fecha; qué más dan las moras, los madroños, las rosas o los nísperos, cuento de Grimm o huerto del alma, el jardín total está ahí.
Subió Penélope la cuestecita desde el molino a la ermita, dejó atada a Marquesa, como ella misma narra en su libro, a un arbolito que había en un patio pequeño rodeado por un lado de una pared blanca, y entró en el santuario. Que una señora de tanto mundo pensara que estaba en la iglesia más bonita que había visto en Andalucía también nos hace sonreír. Rezó dos misterios, y se puso en marcha hacia Bélmez por un atajo a través de la Sierra de la Cruz que no dejó de traerle problemas entre el cielo que amenazaba romperse, las estrecheces del atajo y las mulas que bajaban hacia el pueblo cargadas de madera.
Al año siguiente, publicado en Londres, apareció su libro Two Middle-Aged Ladies in Andalusia (Dos señoras de mediana edad en Andalucía). Un libro de éxito que escribió recorriendo parte de Sierra Mágina, con Marquesa —la señora acompañante—, con dos cuadernos en sus alforjas, un misal, la primera parte del Quijote y en la mente el paisaje de la mística.
Me ha gustado este breve pero bello comentario del paso de Penelope Chetwode por el santuario de Bedmar. Invita a su visita y a conocer mejor toda esa zona de Sierra Mágina
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Bello y hermoso relato y los paisajes un verdadero encanto
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